Un apócrifo ángel, en ciernes de humano,
descubre libre la tierra, enriquecido.
A un sabio africano honró lavándole las manos,
fue aire y agua para el sempiterno desierto.

Con profunda pasión floreció entre espejismos,
liberó e iluminó los ojos de golems y homúnculos.
Bailó con las fieras del colectivo imaginario,
pero otros enamorados le dieron nombre a su bestiario.

Sublime placer fue haber sido por él creado.
Sin ornamentos, sin dotes ni armas,
tan solo música con sentido literario.

Hablan las formas recreadas,
hablan los cuerpos transformados…
¡Te grito yo! Sí, yo: el verso abandonado.